Eugenio Barba en Gutemala

Sobre Barba en Guatemala

Articulo sobre Eugenio Barba en Guatemala .

Sí, la tendencia del ser humano en sociedad es buscar una identidad particular, por lo tanto generará siempre una opinión sobre lo que acontece a su alrededor en busca de tener una postura personal y emitir su percepción de todo cuanto le rodea.
Sí, estamos en una época donde la posibilidad de emitir abiertamente una opinión está a la orden del día y es extremadamente relativa, volátil, emocional y subjetiva.
Es un momento donde la opinión está devaluada por la vulgarización de sus medios y del libertinaje en que se ha convertido, pues ahora no emiten opinión solo los expertos y conocedores de un tema, también lo hacen los aficionados, los novatos y hasta los que jamás han tenido relación alguna con el tema, pero ejercen su “derecho” de la tan manoseada libertad de expresión.

La diferencia fundamental entre una opinión y un juicio crítico, radica principalmente en la eliminación de los sesgos personales y con ellos, planteamientos de valor subjetivo, “es tonto porque…” “es débil de mente por…” “no entiende lo que yo por…” y en su lugar se utilizan argumentos fundamentados en la apreciación objetiva para procurar una lectura crítica de determinadas realidades.

Resulta una introducción lógica y nada novedosa, pero a veces es necesario explicar obviedades para presentar una tesis controversial o que va contra corriente, todo porque los paradigmas son más fuertes que cualquier razonamiento, por lo que hay una necesidad casi obligatoria de hacer una retroalimentación del marco conceptual del escrito en cuestión.
En la Edad Media era popular el terraplanismo, la culpabilización del demonio por todos los males existentes, la creencia de que la bóveda celeste era el paraíso cristiano en donde seguro habitaba Jesucristo con un séquito de ángeles y tantas otras ideas que hoy nos hacen arquear las cejas con asombro y soltar una risilla de incredulidad.
Pero en su momento fue el pan de cada día, la norma, la ley de pensamiento, el dogma, el paradigma imperante.
Nos reímos y asombramos de ciertas supersticiones de la Edad Media, pero aún actualmente, cada año un avance científico o el resurgimiento de un principio filosófico clásico deja obsoleta alguna creencia y erradica un paradigma.
En el arte también se presenta este fenómeno, cambian estilos, deja de ser novedosa una figura literaria, se vuelve tendencia un tema, se deja de tratar un género, surgen vanguardias, se crean corrientes; se balancea perpetuamente el péndulo entre la estética clasicista y la anticlasicista, es en esa dualidad que se equilibra el arte y sus batallas.
Es completamente natural que cuando impera la corriente anticlasicista, se lapide a aquellos de filosofía clásica, como sucede ahora, que nos rige el paradigma anticlásico. Lo realmente importante de este movimiento pendular constante es reconocer en qué extremo se encuentra nuestra época y a qué corriente responde nuestra filosofía del arte para poder crear bajo una línea definida, si no se tiene clara esta postura, todo lo que se diga sobre el arte que se hace, es sencillamente una cháchara sin fundamento, producto de la opinología, más cercana de un sofista que de cualquier intento de verdad.
Cuando hablamos de dogmas y de paradigmas el mundo arde, las guerras se inician y todo el mundo racional se oscurece para dar paso a la absoluta emotividad subjetiva. Un dogma o un paradigma son tan peligrosos como cualquier gurú que vende la salvación en piedras de poder por internet o un maestro que dirige una legión antisemita. El riesgo de aferrarse a los dogmas es vivir en esclavitud, el peligro del paradigma está en sumergirse en la mentalidad de rebaño, es la eliminación del poder innato humano de cuestionarse.
Cuando el ser humano deja de cuestionarse y se entrega sin dudas a un individuo -no a una causa o un fin universal- pierde cualquier contacto con la realidad objetiva y este fenómeno en el arte se padece a través de representaciones distorsionadas de la realidad, la relativización de toda producción, desinterés por la teoría, desprecio por la técnica y la confusión del espectador.
Este fenómeno se describe acertadamente con el término que ha instaurado y significado el artista visual español Antonio Villarán, el “hamparte”, que si bien es una palabra aún inexistente en los ambientes del idioma formal, es una excelente expresión que se puede utilizar en el mundo del arte general, aunque él la crea para las artes plásticas específicamente. El hamparte es utilizado para definir aquellas piezas que son producto de la ocurrencia, del azar y la falta de investigación al servicio del mercado artístico sobrevalorado. El hamparte se ha convertido en ese “arte” paradigmático cuyo público no puede cuestionar la creación de la pieza, donde el público debe guardar silencio y fingir interés, porque de lo contrario será juzgado de ignorante, de iluso, inculto, idiota, loco o imbécil.

Me recuerda lo que sucede cuando en el gremio teatral alguien hace una crítica sobre una obra y entonces se inicia la batalla campal, en la que se defienden los gustos, las personas y las relaciones personales pero jamás se habla del aspecto técnico.

Me recuerda lo que sucede cuando en el gremio teatral alguien hace una crítica sobre una obra y entonces se inicia la batalla campal, en la que se defienden los gustos, las personas y las relaciones personales pero jamás se habla del aspecto técnico, de los elementos cualitativos o de lo observable.
Cuando converge el paradigma, con el hamparte y la subjetivación, trae como resultado toda la experiencia vivida de Eugenio Barba en Guatemala.
En este caso, la organización, las personas, instituciones o entidades involucradas en el proyecto no tienen ninguna relevancia en lo que se analiza a continuación, el aspecto personal no es importante ni de interés, lo que hay que evaluar es la incidencia teórica, técnica y disciplinar real de esta visita en el teatro del país, su aporte auténtico, objetivo, más allá del fanatismo e idolatría que mueve a las masas cuando se habla de cualquier maestro popular de teatro, del que se puede decir que, Eugenio Barba es la antonomasia en nuestros días. La necesidad de hacer esta evaluación y análisis sobre las actividades desarrolladas por Eugenio Barba y Julia Varley deviene de que no tenemos la cultura de la evaluación en nuestras actividades artísticas, se realizan los eventos, se finalizan y todo queda en el aire, todo se reduce a los aplausos, las palmadas en la espalda, las felicitaciones, los abrazos y besos y nada de valor significativo para la construcción profesional y técnica. Todo se termina sin analizar, excesivamente personalizado, sin una evaluación pertinente, sin generar propuestas de mejora, sin resolver las problemáticas que hayan surgido para poder avanzar de verdad a futuro y no solo estancarse en el auto regodeo típico del artista, pues hay que saber reconocer cuando existen realidades impersonales cuyo interés de estudio recae en la situación, en la experiencia, en el fenómeno en sí mismo y sus repercusiones mucho más allá de los individuos.
Es fácil sentarse a idolatrar, dar por sentada la realidad que nos han contado, sin resistencia alguna, porque no se requiere de nada más que de la fe, pero es muy difícil y hasta doloroso desvelar verdades detrás de mitos que han existido en los grupos humanos desde tiempos remotos, de ahí la caverna de Platón y la brillante metáfora de los individuos que se niegan a girar la cabeza para ver de dónde provienen las sombras proyectadas dentro de la caverna.
El dolor del individuo que sale de la caverna y ve por primera vez la luz que lo enceguece, es el dolor de aquel que se enfrenta al paradigma imperante y lo destruye con cuestionamientos en busca de la verdad.
Soy una apasionada de la Antropología del teatro, he utilizado ese texto la mayor parte del tiempo que llevo haciendo teatro, es uno de los referentes que utilizo para mis investigaciones de teatro, me resultaba fascinante cada una de sus páginas y de sus impresionantes hallazgos. Celebré cada 29 de octubre el nacimiento de uno de los grandes referentes del teatro: Eugenio Barba, me emocioné sinceramente cuando empecé a investigarlo más de cerca, hace ya varios años y reconocí en cada entrevista algún detalle que me parecía un llamado al estudio profundo del teatro.
Sin embargo, con el tiempo profundicé en su puesta escénica, en ciertas respuestas de algunas entrevistas y empecé a dudar, pero siempre sintiendo la duda de la duda, ¿cómo iba a atreverme a dudar de un gran maestro? ¿no sería eso una locura, una desfachatez?

Cuando se anunció su llegada a Guatemala, ya no estaba tan embelesada con la idea de conocer a Barba pues había ya conocido otras ideas sobre el teatro y mi búsqueda era distinta a la de él, pero por supuesto que quería escucharlo en vivo, estar presente en su trabajo, ya no en pantallas y libros, sino con una mínima posibilidad de tener cercanía al conocimiento técnico. Debía estar ahí porque, aunque mi búsqueda ya no es ese tipo de teatro, el teatro es teatro y yo respeto a la gente que investiga y se entrega con pasión a su búsqueda. Desgraciadamente todo fue una pompa de jabón desde el primer momento: Cada una de las ideas expresadas, eran repetitivas, monótonas y en absoluto ambiguas. Todo lo mostrado parecía provenir de la “inspiración” del momento, sin ningún tipo de preparación, sin decir ni una sola idea que moviera al mundo.

No existió un hilo conductor en el discurso, pues saltaba de una idea a otra sin llegar a concretar ninguna. Las improvisaciones eran exactamente las que realicé cientos de veces en la escuela de teatro de primer año, “improvisen”, “creen de la nada”, “haga lo que se le ocurra”. Podrán decir que esta familiaridad es producto de su influencia en nuestro teatro y esto traería dos posibles opciones: la primera, que llevamos más de 60 años haciendo lo mismo, sin evolucionar, sin investigar más allá, sin cambiar nada, detenidos en el tiempo, calcificados en las instrucciones del taller de un maestro que estuvo con el alumno del alumno del alumno. La segunda, sencillamente son ejercicios del mundo del teatro, que no son de nadie porque son universales, que aparecen en textos como Al Actor de Chejov, Un actor se prepara y más teoría teatral de principios del siglo XX, pero que no responden más que a un sitio común, a lo que cualquier actor ha hecho durante toda su vida como un entrenamiento genérico. ¿Entonces cuál es su propuesta y aporte al teatro que estamos haciendo? Durante sus presentaciones, como en el hamparte, el público sentado atónito, maravillado ante las ambiguas instrucciones materializadas en partituras de acciones ininteligibles, vagas, fáciles, poco o nada significativas. De técnica, nada y no solo lo digo yo por lo que mostró en la presentaciones en Guatemala, lo dice él mismo en una de las entrevistas que le realiza Jorge Dubatti,

Barba le aclara que él no tiene un método, ni una técnica ni una teoría y que de hecho, no tenía ninguna intención de escribir, que no le gusta llevar anotaciones, salvo en algunas ocasiones, que prefiere “experimentar” y dejar fluir lo que el actor quiera proponer.


¿Entonces cuál es su propuesta y aporte al teatro que estamos haciendo?

Y es que el problema no es si Barba tiene un método o no, o si tiene una bitácora de investigador, el problema es que en nuestro país nadie investiga nada y todo nos viene por puro paradigma, nadie cuestiona a las vacas sagradas porque está mal visto, porque no es posible dudar de los maestros que imparten clases o cualquiera de los grandes de la época pasada. Aquí nadie pone en duda nada ni a nadie, todo se da por sentado, el maestro fulanito de tal, es experto en Augusto Boal pero nunca ha hecho ningún tipo de investigación al respecto, la maestra fulanita es experta en biomecánica y jamás realizó un solo etude, la maestra perencejita es experta en Teatro de la Crueldad y enseña que este se trata de lanzarle carne cruda al espectador mientras alguien vomita en el escenario.
Sí, así son las cosas en este país, y entonces alguien hace muchos años, fue de paso al Odin, se enamoró del trabajo comunitario, regresó e instauró el paradigma de que es la “técnica” de teatro en boga y que es lo mejor que puede hacer Latinoamérica, lo mejor y lo único de valor que puede existir.
Nos visita Barba, nos dice que no existe teoría de dirección en Europa antes de la que él planteó, nos dice que no existe ningún texto que hable de la experiencia del actor desde el actor, nos dice que hay una forma muy particular de dirigir y es pidiendo a la actriz que haga movimientos con el cuerpo a partir de lo que ella se imagina, nos visita Barba y dice que él no sabe qué hacer con el actor, que es mejor que él experimente lo que quiera; nos visita Barba con este discurso y ¡nadie puede dudar de esto! ¡es que no hemos leído un librito de teoría teatral!, se me hace muy difícil creer que nadie del público no haya hecho antes esos ejercicios tan básicos de voz, de juego de palabras, de improvisación que él presentó.
Nos visita Barba y ve el trabajo del grupo más significativo en la investigación del arte escénico Maya, uno de los grupos con mejores y más profundos procesos investigativos, ve el trabajo extraordinario que estos jóvenes de Sotzil realizan y no puede hacer un análisis de lo que vio, no puede exaltar y reconocer el trabajo que está frente a él, no puede gastarse en preguntas, fascinado por la rigurosa
sistematización del grupo; en cambio empieza a contar de nuevo que él formó un grupo con los rechazados por las academias de teatro.
Estuvimos todos ahí viendo la demostración del trabajo de Sotzil y todos vimos lo que vino después, una vez más una “improvisación” calcificada, repetitiva, ambigua y con movimientos a la deriva.
Vi entonces los rostros confundidos de mis estudiantes principiantes de teatro, vi la pena por no poder decir que no entendían en qué radica la grandeza de eso que veían, vi sus ojos preguntándome ¿por qué eso debería parecerme interesante? y de inmediato pensé en el hamparte. Donde el público no puede cuestionar, porque es tachado de ignorante, donde el público puede interpretar lo que se le ocurra de la pieza, porque al artista no se le dio la gana esforzarse por estudiar una técnica que le permitiera expresar con claridad una realidad a través de una estética particular con una filosofía específica.
¿Qué les iba a decir a mis estudiantes? ¿Que es Eugenio Barba y que no se puede cuestionar lo que hace? ¿Que es Julia Varley y que es la actriz más extraordinaria que verán en su vida? ¿Les debo decir que no pueden hacer preguntas al respecto porque los maestros solo admiten reverencias y no cuestionamientos? Sí, crecí estudiando la Antropología teatral y sigo fascinada por eso, es un texto maravilloso, el cual también fue creado por el investigador Nicola Savarrese, del que nadie habla, al que nadie estudia, así como tantos otros textos en coautoría con Barba. Si se logra analizar esta experiencia de forma técnica y objetiva, dejando a un lado las absurdas personalizaciones de las que tanto padece el gremio teatral, no se puede encontrar nada más que una enorme desilusión.
Porsupuesto que tanto esfuerzo por traerlo puede enceguecer a cualquiera y buscar justificar bajo cualquier concepto su venida, que si es un acontecimiento histórico para el teatro de nuestro país, que si se había puesto empeño en hacer realidad este sueño dorado de los teatreros guatemaltecos, que si su venida va a marcar un antes y un después en nuestro teatro… hay que saber reconocer y lidiar con la desilusión y la frustración, es algo que se nos enseña de niños. Cuando de pequeños nos dijeron que los reyes magos no existían, que el niño Jesús no te trae regalos, nos estaban preparando para lidiar con la idea de que todo lo que vivimos durante estos días con Eugenio Barba fue una burbuja que desapareció al tener contacto con la realidad.
Tenemos tan poca fe en nosotros que esperamos que de afuera nos traigan la “verdad”, aplaudimos como enajenados una demostración de los ejercicios que nosotros mismos hacemos en cada clase de teatro, taller y entrenamiento, pagamos por ver a una persona pedirle a otra que haga lo que crea necesario en el escenario, pagamos por exponer a nuestras piedras preciosas ante alguien que las ignora, que las ve sin interés… que nos ve como los tercermundistas que son capaces de todo sacrificio con tal de traerlo a enseñarnos cómo improvisar.
Nos vi, pequeños, patéticos y amedrentados ante la encarnación del conocimiento teatral, nos vi mentirosos, fingiendo interés en la demostración del Teatro Nacional cuando la mayoría entrecerraba los ojos, dormía, se moría del aburrimiento, porque ¡no estaba pasando nada!, pero en cuanto se encendieron las luces el aplauso flojo se dejó escuchar, porque ¡la consigna es la consigna!
No me interesa nada de las motivaciones personales de nadie, ni de Barba, ni de Julia ni de ninguna organización; lo que me interesa es desvelar lo que pasó en esos escenarios, me preocupa tanta docilidad, tanto miedo por decir: ¿y eso qué fue?.

Este miedo es peligroso. Nuestro teatro está enraizado en ese miedo de no cuestionar, de convertir cualquier crítica en personal, en no investigar, en creer todo lo que nos dicen sin rechistar y no hablo de esta costumbre de estar en contra de todo porque sí, de la inconformidad perpetua que se vuelca en las redes sociales; hablo del cuestionamiento fundamentado que nos ha permitido evolucionar. Cuando se cuestiona un paradigma y se trabaja arduamente por desmitificarlo, por fundamentar la duda con trabajo e investigación, surgen realidades poderosas.
Meyerhold fue señalado, marginado y vilipendiado por años por haber puesto en duda al maestro Stanislavski, pero la grandeza del maestro estuvo en reconocer los hallazgos del alumno e integrarlos a sus estudios. Meyerhold marcó una nueva forma de hacer, entender y trabajar el teatro.
Stanislavski se quedó para siempre en nuestras referencias como el gran maestro. Hay un largo camino por recorrer en este andar del teatro latinamericano, nada está escrito en piedra. El arte no es dogmático, no debería de serlo. El teatro es un andante que no se detiene jamás, los que se detienen somos nosotros.
Hay más fortaleza en nosotros de la que creemos, solo hace falta reunir todas las fuerzas y el entusiasmo que se usaron para traer a un mito del teatro, en pos de construir nuestra propia identidad teatral, nuestra necesidad auténtica de hacer teatro…
Se logró traer a un personaje que nadie imaginó posible traer, no trajo nada extraordinario ni verdaderamente importante -¡y sabré muy bien el costo económico de esas charlas!- después de esto ya no deberíamos tener dudas de lo que somos capaces, solo falta dejar de pretender que vemos el traje del emperador y purgarnos de la maldición de Malinche.

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Emy Coyoy